PARTES

El castro de El Raso está rodeado por una muralla de dos kilómetros salpicada por varias torres y un gran foso. Además, en la zona alta del poblado se encontraba un bastión que hoy día sigue llamándose «el castillo» y más arriba, otra pequeña fortaleza llamada popularmente «el castillejo» y de la que apenas puede verse nada. Seguramente en estos dos lugares se alojaban pequeñas guarniciones ocupadas en vigilar la llegada de enemigos dado el amplio horizonte que puede observarse desde allí. 

Las calles del castro de El Raso

El castro de El Raso no tiene un sistema urbanístico tan definido como otros asentamientos de la Edad del Hierro en la Península Ibérica pero sí se observa la existencia de calles principales que parecen estar trazadas con cierta intencionalidad. Una de ellas atraviesa el poblado de Norte a Sur, otra de ellas circula de Este a Oeste y una tercera rodea las murallas. Además de las calles principales, existen callejones estrechos que parecen destinados a la evacuación del agua que caería de los tejados de las casas.

Las casas del castro de El Raso

Las viviendas del castro tienen unas dimensiones de entre 50 y 150 m2. Son de planta cuadrada o rectangular aunque solamente en la teoría; en la práctica sus plantas se aproximan más a rombos o trapecios por lo que seguramente las mediciones y cálculos se harían «a ojo» sin preocuparse demasiado en obtener medidas exactas.

Las bases de las casas estaban reforzadas con lajas de piedra y los tejados se cubrirían con paja y barro. Estas casas no disponían de ventanas, quizá para no amenazar la estabilidad de los muros, por lo que la luz procedería de la que entrara por la puerta. Al excavar el suelo de algunas casas se han encontrado restos de recipientes de cerámica por lo que se cree que podría haber existido una especie de rito fundacional antes de su construcción.

La gran mayoría de las puertas se orientan al Sur o hacia poniente, dejando detrás la sierra y, por tanto, los vientos fríos que venían de ella. El objetivo era conseguir el máximo de horas de luz y de calor. Como curiosidad, se observa que jamás la puerta de una casa queda enfrente de la de otra de modo que sus habitantes no puedan ver el interior de la casa de los vecinos, y la puerta de la entrada tampoco se alinea con la entrada a la sala principal. Quizá era una forma de buscar intimidad. 

Las casas se organizan en manzanas, adosadas unas a otras, y se cree que quizá representaban a grupos familiares o clanes que construían sus hogares unos pegados a otros. En el exterior había un porche y un banco corrido; este lugar servía como taller para distintas artesanías y también para llevar a cabo la vida familiar y vecinal. En este porche quizá los vettones aprovechaban para echar una partida a las primitivas «damas» que se han hallado en el yacimiento, unas fichas redondas acompañadas por tableros reticulados.

Una vez dentro de la casa, se abría un vestíbulo que daba paso a una sala principal, la cocina, en cuyo centro se encontraba el hogar, el fuego de la casa. A su alrededor se cocinaba, se trabajaba, se charlaba, se dormía y seguramente también se celebraban pequeños ritos religiosos domésticos. Existían otras habitaciones que parecían hacer las veces de despensa y almacén ya que se han encontrado varios restos de tinajas y otros recipientes.


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