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Los guerreros, la clase social dominante, solían enterrarse con toda su impedimenta militar; así encontramos , formando parte de los ajuares funerarios, numerosas espadas, puñales afalcatados, jabalinas de hierro, umbos de escudo, bocados de caballo, puntas de lanza, etc. Las armas de mayor tamaño, las espadas y especialmente las jabalinas de hierro son dobladas intencionadamente dando a entender que el uso de esas armas estaba reservado exclusivamente al finado.

Su final no fue precisamente tranquilo. El yacimiento arqueológico en el que se ubica el poblado se remata por encima con una ancha capa de ceniza, producto inequívoco de un devastador incendio.
Aunque no hay constancia precisa, no se descarta que este siniestro obedezca a un suceso bélico, y en este sentido conviene recordar que la época de destrucción del asentamiento coincide con la particular carrera de conquista de la Península Ibérica en la que participan romanos y cartagineses y que, entre otros acontecimientos, empujó a una expedición militar por estas tierras al general cartaginés Aníbal. Igualmente mencionaremos que, si bien acontece décadas más tarde, El Raso no estaba muy distante del área de acción del combativo Viriato, que tuvo en jaque a los romanos durante años, hasta su asesinato en el 139 a.C.
Sea como fuere, los pobladores indígenas buscaron una mejor defensa y entre finales del siglo III a. C. y principios del siglo II a. C. se trasladaron a un altozano cercano y edificaron el castro que hoy conocemos y podemos visitar.
El nuevo hábitat agrupó un vecindario importante, ocupando más de 20 hectáreas, y es muy probable que responda a la unión de varios poblados anteriores.
La ciudad se dotó de un potente sistema defensivo compuesto por una muralla reforzada al exterior por torres y profundos fosos. Una obra ciertamente monumental que, sin embargo, desconocemos si sirvió eficazmente para garantizar la seguridad e independencia de las gentes que habitaban el castro, ya que, a mediados del siglo I a. C., el poblado se deshabitó, probablemente por orden de los romanos, recelosos de que los pueblos indígenas vivieran en ciudades tan fuertemente defendidas.
Se han hallado objetos de plata ocultos bajo tierra en el vestíbulo de una casa. El atesoramiento se componía de un collar, un brazalete, una fíbula y cinco monedas. El hallazgo es de suma importancia por la belleza y calidad de las piezas y porque permite elucubrar sobre el sentido y cronología de la ocultación del tesoro. No conviene perder de vista que estas piezas han llegado hasta nosotros porque no pudieron ser recuperadas por sus propietarios, un hecho que probablemente coincidió con el abandono forzoso y súbito del poblado de los indígenas ordenada por los romanos y que sucedería aproximadamente a mediados del siglo I a.C., pues una de las monedas escondidas es de época de César, más exactamente del 47 a. C.

EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO Y SU VISITA
Puede seguirse a pie el perímetro de la muralla, escondida en una superficie alomada de tierra y piedras, salvo en la zona oeste en la que los imponentes cortados rocosos la hacían innecesaria. La muralla se extiende por alrededor de dos kilómetros rodeando una ciudad de unas 500 casas para la que se calcula entre 2.500 y 3.000 habitantes.
EXCAVACIÓN
Particularmente interesantes son la zona del Castillejo, en la que se documenta un fortín interior en el que la ruina supera los 7 metros de altura y el sector de la muralla exterior excavado en un tramo de más de 200 metros de longitud, interrumpido por una puerta fuertemente protegida y flanqueada por torres o bastiones, tal vez la entrada principal a la ciudad, puesto que desde esa zona se llega cómodamente a las zonas de pasto y a las tierras más fértiles
¿Quién lo ha excavado?
En 1972, Fernando Fernández Gómez realizó la primera intervención en el Castro de El Raso, publicando además un artículo en Trabajos de Prehistoria «Objetos de origen exótico en El Raso de Candeleda (Ávila)«. Desde entonces llevó a cabo 10 campañas de excavación en diferentes partes del yacimiento con el fin de documentar el urbanismo y la tipología de las viviendas así como las diferentes funcionalidades de los espacios que iba documentando.
El libro más moderno sobre el Castro se ha publicado en el año 2012 y se centra en la intervención del año 2001 en la «Zona D». Con el título de «El poblado fortificadandila): El Núcleo de «El Raso de celeda» (Áv D: Un poblado de la III Edad de Hierro en la Meseta de Castilla » encontramos un libro de 440 páginas dividido en 4 partes con una exhaustiva documentación gráfica tanto de las nuevas construcciones descubiertas como de los hallazgos encontrados en ellas.
Según nos informó el guarda de la entrada, en la actualidad no se están llevando a cabo ninguna campaña de excavación, una verdadera pena si consideramos el potencial del yacimiento tanto para el aprendizaje de los futuros arqueólogos como por su indudable interés histórico